Este mundo está hecho de cubitos de azúcar

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Era verdad. Camilo tenía un poco de fiebre. Para animarlo le ofrecí unos deliciosos brownies capuccino y un café moka, que eran la única receta del libro para la cual tenía todos los ingredientes.

Después de 45 minutos de espera los brownies resultaron ser algo más parecidos a un ponque ramo con sabor a chocolate que a un brownie. Por supuesto que nos los comimos, y nos los seguiremos comiendo hasta que se acaben, sin embargo mi aún en refinación sentido del gusto me alertó acerca del evidente y limitado sabor del ponquecito a azúcar y mantequilla. Entonces me acordé de ese video que vi hace poco en TED en el que un inglés regaba una montaña de cubitos de azúcar para explicar como toda la dieta de nuestro mundo esta basada en el consumo de una cantidad desorbitada de azúcar.

Aunque no estoy precisamente recomendando el video, pueden verlo dando click en la siguiente imagen. El hecho relevante de la historia es que  solamente hoy, varios días después de haber visto ese video, se hizo absolutamente claro en mi mente, en mi lengua, cómo es que nuestro mundo alimenticio esta hecho de cubitos de azúcar.

Quizás para muchos esto no es ninguna novedad como información, sin embargo muy probablemente nadie cambiará sus hábitos por tan sólo recibir una (otra) información. Ya sabíamos también algo similar acerca de la sal, del aceite refinado, y así muchas cosas más. No obstante, mi experiencia reveladora de hoy no está basada en un juicio de valor acerca del impacto del azúcar en la salud, sino en la pura experiencia desagradable del gusto.

De repente se reveló ante mí cómo soy parte de una sociedad cuyo gusto ha sido dopado por el azúcar y por la sal. Entonces somos ahora casi totalmente incapaces de encontrar y disfrutar el sabor puro de una arveja entre el arroz, o de una curuba en un jugo. Por eso toda nuestra gastronomía (al menos la mía, la bogotana) está rebosada de sal y de azúcar. Y hay quienes le echan aún más.

La pregunta es si podremos ser capaces de dar un paso atrás y empezar a saborear como neonatos, encontrando el encanto de una habichuela y el dulce de una guayaba (pero sin azúcar).

Hoy me coquetea el reto de dejar a un lado mi carrera inconsciente hacia igualar el consumo percapita de chocolate en Alemania (9kg/año), y dejar a mi sentido del gusto reposar, recuperarse de su adicción al azúcar refinada. Y en el intento quizás toparme con una nueva forma de concebir las delicias y de producir instantes de placer… nada artificiales, más conscientes.

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